domingo, 23 de noviembre de 2008

ULTIMA CARTA DE PÍO TAMAYO



El 05 de octubre de 1935, en el barrio Namur, en Barquisimeto
muere José Pío Tamayo, a los 37 años, apenas dos meses antes
de la muerte natural de Juan Vicente Gómez. Reproducimos
aquí la última carta que escribiera,
el 28 de septiembre, a su hermano Toño.


28 de septiembre de 1935, barrio Namur, en Barquisimeto. Pío escribe al hermano Toño su última carta. Sabe ya –lo sabía desde hace mucho- que la muerte es inmediata. Y dibuja sobre el papel sus señales de despedida: “No tengo acto de que arrepentirme. Seguía los mandatos de mi conciencia y si alguna vez me equivoqué hay que culpar a la imperfección humana, pero nunca a la intención.” Esta es su primera afirmación. Y por esa convicción puede decir: “Muero sereno y conforme con mi conciencia.”

Y evoca las frases que dijera Juliano, en los últimos momentos de su vida de emperador: “Oh Helios, oh Sol, cuán bello eres. Un día seré como tú, porque en el destino pleno de todas sus criaturas, está el día en que han de confundirse con la divinidad. Y todos seremos dioses”. En esa misma dirección trabajó Pío. En nombre de ese día en que todos los hombres sean dioses, fabricó sus sueños, sus hazañas y sus combates. Y sabía que su despedida sería de madrugada, para irse, no hacia la noche, sino cabalgando en los primeros rayos del sol para su travesía por el porvenir hasta que algún día lo veamos venir de regreso, jinete de una briosa estrella fugaz, repartiendo florerías.

Y así se marchó, un 5 de octubre de 1935. Dijo: “No olvides que he sido sencillo y limpio de corazón. Procura enterrarme en El Tocuyo, pueblo al que he amado y cuyas gentes me quieren. No deseo ninguna ceremonia religiosa ni aquí ni en el acto del sepelio. Condúceme a una casa amiga en aquel pueblo donde puedan reunirse los que quieran acompañarme al cementerio. Anuncia muy llanamente: Ha muerto Pío Tamayo (37 años)”.

Poco antes de morir, según el testimonio de sus hermanas, dijo a la madre que comprasen suficiente café, pidió que encendieran el radio y se quedó ya en silencio, aguardando la aurora. Se cumplió su deseo. Y fue trasladado a El Tocuyo. Allí en Los Dos Caminos, a la entrada del pueblo, numerosas personas lo aguardaban. Y lo condujeron sobre sus hombros hasta el Cementerio.

Rosa Eloísa estrechaba entre sus manos el mismo pañuelito que agitó el día de su partida. Nunca dejó de ser recinto de lágrimas ni espacio para el suspiro enamorado. Recorrería por primera vez un camino que luego se haría diario para ella. De la misa al cementerio para hacerle ofrenda de rosas al amado. Sofía dejó correr toda la tristeza contenida. Y los hermanos y amigos se hicieron uno en el dolor común.

“No pude revisar, corregir ni compilar nada de mi obra. En esas condiciones, no deseo que se publique ninguna cosa. Guárdalas simplemente.” Fue éste el manifiesto deseo de Pío. Y por ese motivo, durante mucho tiempo, los suyos guardaron con celo, sin publicar ninguno de sus papeles.

Hoy, con amorosa emoción, hemos revisado y compilado su obra. No la hemos corregido. La entregamos en toda la plenitud de su contenido y su sentir. Pío desde siempre buscó conservar sus papeles. Y al mismo Toño pidió que los guardara. Su testimonio, su palabra son propiedad común de los hombres sencillos y limpios de corazón, que anidan en él, sus anhelos de justicia, belleza y amor. Sabemos que desde el rayo de sol en el que fabrica fogatas para vencer la oscuridad, Pío sonríe.


Querido Toño:

No tengo acto de qué arrepentirme; seguí los mandatos de mi conciencia y si alguna vez me equivoqué hay que culpar la imperfección humana, pero nunca la intención. Muero sereno y conforme con mi conciencia. Decía Juliano, en su tienda de campaña, en los últimos momentos de su vida de Emperador, mientras Amaino Marcelino, historiador cristiano al lado del Apóstata grababa para eternizarlas las bellas frases de aquella oración postrera: ‘¡Oh, helios! ¡Oh, Sol! ¡Cuán bello eres! –exclamaba el moribundo en un rapto de final entusiasmo-; un día seré como tú, porque en el destino pleno de todas las criaturas está el día en que han de confundirse con la Divinidad, y todos seremos dioses’. Dijo, y murió mandando hacia el Sol su última mirada.

Yo, en esta hora que parece acercarme al término fatal, hago mía aquella frase de ese hombre inquieto, de alma bellamente atormentada: ‘Muero sereno y conforme con mi conciencia.’

¿Por qué te escribo hoy? Porque quiero decirte , aprovechando minutos de receso en los ataques tremendos, que me voy amándote como al hermano bueno, amándoles con la fuerza toda de mi corazón afectivo. Si hay un poco de dolor al anticiparles mi adiós, es precisamente el dolor que me llevo: el de dejarlos, cuando hubiera deseado hacer tanto por ustedes, vivir largo al amparo del cariño mutuo. Por lo demás, no temo la muerte, ni la llamo ni la rechazo, la acepto tranquilamente, como un hecho ineludible.

¿Qué te he de recomendar? Cultiva siempre en el predio rico de tu espíritu las cualidades nobles que te distinguen; húyele a las satisfacciones mezquinas de los egoístas, y vivirás vida colmada de contento interior que es el más puro de los deleites.

Esta carta debe llegar a ti en los minutos inmediatos a mi muerte. No olvides que he sido sencillo y limpio de corazón. Procura enterrarme en El Tocuyo, pueblo al que he amado y cuyas gentes me quieren. No deseo ninguna ceremonia religiosa, ni aquí, ni en el acto del sepelio. Condúceme a una casa amiga en aquel pueblo, donde puedan reunirse los que quieran acompañarme al cementerio. Anuncia muy llanamente: “Ha muerto Pío Tamayo (37 años). Su madre, hermanos y demás deudos, invitan para el acto del entierro”... y en seguida la dirección.

No pude revisar, corregir ni compilar nada de mi obra. En esas condiciones no deseo que se publique ninguna cosa. Guárdalas simplemente.

Te dejo a mamá. ¡Qué gran tesoro, hermano! Quiérela ahora por mí y por ti.

Te amo y digo adiós,

Pío

Barrio Namur, Barquisimeto
28 de septiembre de 1935
para su hermano Jose Antonio Tamayo

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