Si queremos cumplir la misión revolucionaria que la vida nos impone y la conciencia pide, debemos ser maestros de escuela. Maestros de escuela en la acepción amplísima del vocablo, que en ellos radica la verdadera revolución; forjadores del alma infantil, en esa forja de hombres, sobre cuyo yunque tan mal se ha martillado en Venezuela.
Maestros de escuela: en la cátedra, en el periódico, en el campo, en las ciudades y los pueblos, dentro de los talleres y en medio de los salones. Generación pedagógica para poder hacer la Venezuela libre y amplia de cuna de humanidad civilizada.
Por lo menos que se es maestro es por ese trabajo tonto de enseñar según un texto, cuatro principios gramaticales o aritméticos; se es maestro cuando junto con el libro de texto se da la enseñanza que despierta al niño a la belleza, a la justicia y al amor.”[1]
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