lunes, 4 de abril de 2011

JOS'E ANTONIO TAMAYO: CORAZÓN DE OTROS COSMOS


Nievita

Ya es largo el tiempo de conocernos. Se remonta a aquellos días en los que Pío se nos descubrió en toda la majestad de su pensamiento creador, de su savia poética, de su visión de un hombre que vive bajo un código de deberes, y con una capacidad de sacrificio que está aún por rescatar, valorar y trascender.

Y eso nos llevó a José Antonio, a Toño, el hermano, cuya vida quedó indisolublemente ligada a la de Pío, porque mientras uno soñaba, Toño recogía, agrupaba, trabajaba arduamente para sacar las cosas adelante, sin oponerse jamás a ese sueño titiritero y porvenirista del hermano, que gastó los haberes familiares en su anhelo de abrir desde El Tocuyo hasta Barquisimeto, una línea de carros, para carreteras de piedra y polvo. En llevar la primera pianola al Bar Júpiter de sus invenciones. En desentrañar el misterio de El Tonel de Diogenes. O en el afán de darle asistencia médica a los trabajadores de la caña.

Toño fue el hermano a quien Pío encomendó todo lo que él ya no pudo hacer, enfrascado como estaba en tareas de redencion de humanidad. Y no había manera de separar ambos hermanos. Pío sabía que dejaba a sus amores mayores, a Sofía su madre, a sus hermanos, en manos de quien se hizo guía,  sostén y ejemplo de la familia.

Tú, Nievita, te hiciste compañera de Toño. Y aunque no llegamos a tiempo de conocerlo, en tí vimos quien fue y quien eres. Nos acogiste con la hospitalidad de quien recibe a amigos fraternos. Nos abriste tu casa, tu corazón, tus memorias, sin estrechez alguna, a sabiendas de que con Toño te unías a una familia que dejaba huellas profundas en este vivir tan devastado que hoy padecemos.

Muchas conversas tuvimos a sabiendas de que eres persona de rescatar memorias, que a ello dedicas con rigor y disciplina, con amorosa preocupación tus afanes, por reconstruir lo que otros dejan de lado. Y eso te lleva a archivos y bibliotecas lejanas, siempre con tu corazón prendido de El Tocuyo, atando hilos y dejando que otros cometas se liberaran en el cielo de tus propios anhelos.

Sabemos que Toño se te fue a destiempo, demasiado temprano y que te dejó una soledad que resististe con fortaleza, y con los hijos que te darían todos su amor y su sostén.

Hoy cuando nos toca escribirte a la hora de despedir a José Antonio, el hijo de tu Toño, las palabras se nos hacen memorias sin atrapar, se nos vuelven oropeles sin brillo, porque lo ocurrido es demasiado duro para una madre.

Porque no eras tú quien debía acompañar al hijo a su aposento de tierra sino él quien amorosamente debia llevarte a tí, a que te reunieras con los tuyos a sabiendas de que dejabas tu siembra intacta de florerías.

Y por eso cuando llegó la noticia, se nos estremeció la vida y volvimos a sentarnos, sin tu saberlo, en aquel balcón que tiene enfrente al Avila, desde la cual observaste todas las lluvias y conmociones sobre una montaña que es nuestra propia huella dactilar, la esencia de quienes vivimos en esa ciudad, para tratar de acompañar tu desaliento, tu dolor gigante.

Y supimos que no había manera de aquietarlo, minimizarlo, apaciguarlo, sino que sólo podíamos acompañarte en esta nueva y durisima prueba. Y las palabras se retiraron en un silencio preñado de conmocion, para dejar salir el afecto, como el único abrigo que tenemos para colocarlo encima de tu corazón adolorido.

Sólo nos esperanza que esa energía que brotó de Sofía, y que debe andar entre los enclaves de la Hacienda ‘El Callao’ y en todas las correrías de los suyos,  esté, de nuevo, al frente, reunificando a sus ramificaciones, para seguir dándoles lecciones de acemas y confituras.

Y que allí en ese cálido regazo donde Jose Antonio se encuentre con su padre Toño,  alivie todo aquello que le quebró el corazón para irse así tan tempranamente a renacer en otros cosmos.

Sé que desde donde esté comprenderá mejor que nadie la huella que dejó en tí, y que sabrá ingeniarselas para hacerte saber que en su ida, como en su estadía, quedaban inscritas sus huellas de inmenso amor para tí.

Ojalá que alli encuentres aliento. Y en el afecto de quienes te queremos, derramado sobre tus lágrimas, para que sea más leve la dureza del golpe, el estremecimiento de una ausencia que te toca llenar de sus memorias, sus recuerdos, sus días vividos, sus sonrisas y sus afanes.

Por eso, tu estás obligada a contribuir  a rescatar, para hernán y alonso, para todos tus nietos, como hizo Pío, como hizo tu Toño primero, la alegría que ellos cultivaron y dejaron sembrada, para que no quede hilo suelto en la historia que tú misma armaste, ni sueño que se quede sin contar, ni suspiro sin registro en tus escrituras amorosas y en tu corazón de fragancias de hierbas y colinas.
  
Agustín y Mery
03 de abril del 2011

Carta enviada a Nieves Avellán de Tamayo, a la hora de la muerte de su hijo José Antonio Tamayo.

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